sábado, 29 de agosto de 2015

Película: Cinema Paradiso (1988)

Connotada película ésta. La vi un poco cuando chico pero dado mi corto intervalo de atención en ese entonces (lo que me impidió seguir Dragon Ball y los Caballeros del Zodíaco), sólo recuerdo unos cuantos trozos, aunque memorables todos ellos. Sin embargo, hace poco saldé esta cuenta y creo que hice bien.

Cinema Paradiso es un clásico y su calidad es indiscutible. No sólo es ambiciosa, sino que su ejecución es excelente en muchos aspectos, resultando en un conjunto súper efectivo y satisfactorio. Por esto mismo es que no tengo mucho que decir sobre esta película. Ella lo dice todo, porque además tiene un lenguaje directo, algo que no hace mella en su complejidad sino que le permite conversar con varios públicos.

Me gustan mucho este tipo de películas que recorren la vida de sus personajes (aquí pienso en Boyhood, por ejemplo). Uno se siente un poco como un espíritu que después de morir se dedica a ver cómo el mundo sigue su curso, y en particular cómo sus seres queridos van creciendo, cómo van cambiando, casi como si uno mismo estuviera criándolos, sufriendo sus penas y riendo sus alegrías, aunque sin poder intervenir en ellas. Así me pasó con Cinema Paradiso, donde más que seguir a Totó, somos espectadores de su longeva amistad con Alfredo, desde sus días de pequeño metiche hasta el funeral del viejo y su cine, que llegó a sacarme unas lágrimas huachas.

Encontramos aquí un potente homenaje al cine, a su capacidad de reunir a las personas, de suscitar emociones y, de manera muy importante, pienso yo, a la vocación del arte en general como agente de memoria.

Es común que las canciones acompañen y marquen etapas e hitos de nuestras vidas. Sin embargo, yo diría que en el caso de las películas, este rol es más activo. Éstas no sólo sirven como fondo que adquiere sentido por su presencia más o menos circunstancial en loa momentos más relevantes, sino que ellas mismas se erigen como recuerdos por mérito propio, en diálogo con nuestros recuerdos reales. Aquí, Cinema Paradiso gana por partida doble, gracias a la espléndida música de Ennio Morricone y su hijo Andrea. El acople de todos los elementos es preciso, dando origen al entrañable retrato de un pueblo siciliano de mediados del siglo pasado. Tratándose de un contexto tan lejano al mío en tiempo y espacio, ¿cómo es posible que me haya logrado emocionar cuando la vi siendo niño? El arte y su capacidad de estesis.

3 comentarios:

chamico dijo...

Vi la versión del director, en la cual le agrega una hora de metraje para contar el reencuentro entre el joven y la chica -pero como viejo y vieja- y no vale la pena para nada, mucho mejor la versión teatral típica, sin reencuentro. La clásica idea del amor imposible alcanza dimensiones alucinantes cuando Totó viejo mira esa cinta que le dejó Alfredo, con todos los fragmentos censurados de aquella experiencia cinematográfica primigenia, ese paraíso perdido del septimo arte!

cesar andre dijo...

Uh, qué suerte que no vi esa.
Y esos recortes censurados, son lo más potente de la historia.

chamico dijo...

Por mucho lo más potente, ahí ya me entregué y lloré, cerrando el grifo con dificultad bien empezados los créditos.