domingo, 7 de noviembre de 2010

miércoles, 27 de octubre de 2010

me gusta ponerme emo

a veces me gusta ponerme emo
ponerme melancólico por deporte
sentirme como la callampa como pasatiempo

me inyecto la tristeza en las venas
doy repaso a mis defectos y a mis proyectos malogrados
me echo la culpa de todo
me acerco al acantilado y me siento un microbio
fútil, miserable

hasta que comienzan los síntomas
los signos de la pena autoinducida
se siente la opresión en el pecho y en la garganta
los ojos se hacen agüita y los pelos de mi brazo se comienzan a levantar
como esas palmeras azotadas por un huracán

hay días en que funciona más esto de ponerse emo
mis favoritos son los domingos
uno puede salir a caminar para sentirse más desolado
puesto que no anda nadie en la calle y los negocios están cerrados

también funciona ir a la plaza a ver a la gente feliz
pero para eso hay que tomar la micro porque a pie igual es su pique
mejor ponerse emo echado en la cama
es más cómodo y barato

lunes, 25 de octubre de 2010

Somos los que no somos

Uno puede definir a una persona por su aspecto, su nombre, qué hace, qué come, dónde vive. Sexo, edad, ocupación. Gustos, intereses. El perfil de una persona lo podemos hacer caber en media plana. Otros más "trascendentes" necesitan uno o varios tomos, con tapa dura y en papel couché.

Sin embargo, también se puede definir a una persona por todo aquéllo que no es, y esto sería quizá una definición más sincera. La misma palabra definir nos remite a los fines, las barreras y lindes arbitrarios que uno o lo demás coloca a nuestro ser. Una piel impermeable que nos mata suavemente, como dice una canción.

En un mundo abierto, lleno de posibilidades, uno acaba siendo bastante limitado. Uno piensa, hace, come y dice casi lo mismo todos los días. Uno se junta más o menos con la misma gente a hablar lo de siempre, ejecutando las mismas contorsiones vocales, caminando por la vereda o sentado en un mueble de cuatro patas.

Las posibilidades se domestican a fuerza de machacar la sensibilidad propia, en favor de un acostumbramiento de todos con(tra) todos, cada cual en su posición dentro del mapa sociológico. El ser potencial deviene carne ritualizada. ¿Para qué? No lo sé, pero todos lo hacen, así que debe haber un fin mayor, o en su defecto algún mal menor. En última instancia, uno lo hace para no sentirse solo.

Finalmente, la costumbre, que no es otra cosa que la represión disfrazada de cultura o tradición, nos seduce y nos atrapa. El golpe del martillo es música, una letanía que nos mueve las patas sin que siquiera nos demos cuenta. Y nos gusta. Deseamos la costumbre porque nos da vértigo echar un vistazo a las infifnitas posibilidades que siempre están pero que pocas veces vemos. Y cuando uno las ve, se hace el gil.

Por supuesto, esta manera de ver las cosas la planteo desde mi experiencia de haber sido yo (y sobre todo, no haber sido otros) durante todo este tiempo. La extrapolación a sus propias circunstancias corre por cuenta propia.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Una pequeña historia de amor

Un día un joven de esos como de quince años perdió su carné. Y lo perdió tanto que comenzó a buscarlo por todas partes. Se toqueteó el bolsillo, el otro bolsillo y dio vuelta su billetera, pero nada que aparecía. Fue entonces que hizo lo que cualquier hombre haría en esas circunstancias: preguntar a la mujer más cercana, que en este caso era su madre.

- Mami, ¿has visto mi carné?

- No, hijo.

- No lo encuentro.

- ¿Buscaste debajo de tu cama?

El joven se puso en cuatro patas y miró bajo el catre. No se veía nada. Prendió la luz y entonces pudo ver, pero no halló más que un calcetín, un trozo de pan duro y mucho polvo. Un soplo de escalofrío le recorrió la espalda al pensar en ese trámite que tenía que hacer al día siguiente, y en que sería imposible realizarlo sin su carné.

Frustrado por la pérdida, echaba un ojo a las repisas, el velador, la mesa, con la íntima esperanza de recuperar el objeto. Mientras miraba por novena vez encima del refrigerador, su madre le pegó un grito desde el segundo piso:

- Hijo, acuérdate de colgar tu ropa del liceo.

Y partió el adolescente con la cabeza gacha. Entró al baño, levantó la tapa de la lavadora y comenzó a sacar las prendas húmedas. Al tomar la última entre sus brazos (era una camisa) cayó algo al suelo. Era un rectangulito de plástico con las esquinas redondeadas.
 
- ¡Aquí estás!

Dejó la ropa sobre la lavadora y recogió el carné con ambas manos. Una sonrisa le atravesó el rostro mientras lo levantaba a contraluz de la ventana. Y fue allí, en esa tarde de domingo primaveral, que el joven acercó aquel rectangulito de plástico a sus labios y lo besó, con un entusiasmo tal que el mundo entero se detuvo para contemplar aquel maravilloso instante.
 
Aquél fue su primer beso. Ya vendrían muchos otros, pero ninguno tan puro y espontáneo como ese núbil beso de adolescente. Un sublime acto de amor como pocos los hay, y que quedaría grabado para siempre en los ojos risueños de las flores que asomaban por la ventana.

martes, 7 de septiembre de 2010

Aforismo sanitario

En la mañana mientras me cambiaba de polera me di cuenta que este sábado cumpliré un récord personal. Serán dos semanas de suciedad. Mientras tanto, los pensamientos se me acumulan como piñén, mugres como esta parafraseada del dramaturgo Bertolt Brecht:

Hay quienes se dejan de bañar un dia y pasan piola. 
Hay quienes se bañan una vez a la semana y andan hediondos.
Hay quienes se bañan una vez al mes y andan terrible de fétidos. 
Pero están aquellos que nunca se bañan, esos son unos cochinos culiaos pasaos a caca.

Así de profundo... así de desechable. Chao pescao.