miércoles, 11 de diciembre de 2013

La antropología y los economistas sin historia

[Artículo de Jason Antrosio, "Anthropology and the Economists Without History".]

Al titular su libro “Europa y la gente sin historia”, Eric Wolf estaba siendo evidentemente irónico: el proyecto de Wolf devolvió la historia a los pueblos que Europa había tildado de estar atrapados en un pasado atemporal. Pero, ¿qué hay de quienes deliberadamente borran, distorsionan y olvidan su propia historia? En esta columna sostengo que eso es lo que los economistas han estado haciendo desde los años setenta. La economía neoclásica se embarcó en un proyecto de borrar la historia, en parte para sepultar su anterior sitial de marginación dentro de la disciplina. Al devolver la historia a los economistas, podríamos tener “discusiones críticas que transcurran genuinamente en ambas direcciones” como afirmaba Charles Stafford (2011).

1. No existe un vínculo directo entre la economía clásica y la neoclásica


Durante muchos años, los economistas han tomado unos cuantos fragmentos famosos de Adam Smith, retratándolo como la esencia de la economía de mercado de laissez faire y ancestro directo de toda la disciplina económica. Solo recientemente ha surgido una imagen mucho más rica de Adam Smith --como escribió con maestría el economista Herbert Stein, “Adam Smith no usaba una corbata de Adam Smith” (1994).

Aunque La riqueza de las naciones (1776) es el libro más famoso de Smith, hoy es evidente que él consideraba que su primer gran libro La teoría de los sentimientos morales (1759) era igualmente importante y necesario para la sociedad que él promovía. La teoría de los sentimientos morales fue publicada nuevamente en el 2009 por Penguin Classics, y contiene una importante introducción de Amartya Sen. La introducción de Sen es muy instructiva ya que rescata la riqueza de Smith y comprende cómo la economía neoclásica puede llegar a considerarse un empobrecimiento más que una elaboración de Smith.

En este contexto más amplio, algunos dichos de Smith --como la trillada “mano invisible”-- adoptan significados distintos. En sus numerosos escritos, Smith solo empleó la frase “mano invisible” dos veces en referencia a las actividades económicas. Para Smith, la racionalidad del mercado y la mano invisible solo funcionaban si había una conciencia adecuada de los sentimientos morales y una capacidad de compasión hacia los demás. Algunos economistas prominentes han llegado a afirmar que la “mano invisible” en realidad no se refiere a los mercados autorregulados, sino al estado, o al marco legal que estructura los mercados.

jueves, 28 de noviembre de 2013

El viaje de Alicia


Vasili Kandinsky, Composición VIII

Muchos pensarán que viajar a través de un agujero en el tejido espacio-tiempo es una experiencia estética de por sí maravillosa. La clásica escena de Alicia cayendo por la madriguera del conejo: la sensación de caída vertical, la omnipotencia de la gravedad, el vértigo.Ver pasar mil y un objetos en las paredes de un túnel, tazas, relojes, cucharas, platos, tableros de damas, de ajedrez, espejos, peines, juguetes…

La verdad, y lo digo con conocimiento de causa, es que no tiene nada de interesante. Efectivamente, es como pasar a través de un túnel, pero eso es porque no se ve nada. Se ve todo negro. Bueno, sí, hay una diferencia: el color no es precisamente negro. ¿Era gris? ¿Beige? ¿Color de zinc roñoso? No lo sé. Yo diría que en este túnel no hay colores, sino algo homogéneo que podría llamar no-color. Ni siquiera había esta “nada”, lo cual es sumamente aburrido. El viaje en el espacio-tiempo a través de esta modalidad es aun más tedioso si tenemos en cuenta que una no puede quedarse dormida. Desconozco el detalle del proceso cognitivo que impide el sueño que una anhela en dicha situación, pero por decirlo de algún modo y a riesgo de sonar torpe, es como un pantano mental, una trampa de arena movediza. El aburrimiento máximo.

No sé cuánto tiempo estuve en el agujero, pero sentía una necesidad imperiosa de llenar ese vacío. Y recurrí a Alicia. Ni siquiera al libro (que no he leído), sino a la película animada (de la que he visto solo trozos). Me pasé todo el rato imaginando objetos. En mi mente daba forma a los más variados pertrechos cotidianos: tazas, relojes, cucharas, platos, tableros de damas, de ajedrez, espejos, peines, juguetes…

Reconozco que no fui muy original, y es que no me caracterizo precisamente por mi capacidad imaginativa. Quienes me conocieron entonces y quienes me conocen ahora pueden confirmarlo. Pero hice lo que pude para aguantar tal sopor hasta el final del túnel.

Hoy me encuentro en algún lugar de lo que en mi época reconocerían como la selva valdiviana. Por un tiempo perdí la noción del tiempo y al comienzo me costó acostumbrarme a mi vida de hortelana y recolectora. Además nadie hace caso a mis ideas que traigo del futuro, ya que como recién llegada que soy mi estatus dentro del grupo equivale al de un niño prepúber, aunque de a poco me voy acomodando.

Odio recordar mi antigua vida civilizada, me pone nostálgica y lloro con amargura y desconsuelo. El único recuerdo que puedo soportar es aquel monótono viaje por el túnel del espacio-tiempo. Cuando la pena no me deja dormir, en mi cama me doy vuelta hacia la pared y me pongo a recordar las tazas, los relojes, las cucharas, los platos, los tableros de damas, de ajedrez, los espejos, los peines, los juguetes…

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿El gato nace o se hace?

¿El gato nace o se hace? Una interpretación sesgada de evidencia pseudoembriológica fragmentaria me lleva a pensar que se hace. Al nacer es una rata: calva y colorada, cola pelada y puntuda. A las pocas horas adquiere cierto aspecto de un perro cachorro: orejas mochas, morro chato, rabo corto. Por las primeras semanas permanecerá con este aspecto entre rata y perro, mientras que los rasgos propiamente felinos se definirán paulatinamente hasta llegar a ser lo que conocemos como un gato.

La liminalidad del gato es conocida en diversas tradiciones culturales que lo consideran un animal agorero (bueno o malo). Fue satanizado en la Europa medieval debido justamente a su carácter de médium en las tradiciones mal llamadas “paganas”, posiblemente porque usurpaba el sitial de santos, apóstoles y aun del propio Jesucristo en el ámbito de la comunicación interdimensional.

En términos evolutivos, el gato es quizá el único animal doméstico que mantiene un fuerte sentido de “salvajismo”. ¿Cómo explicar, si no, sus desapariciones por dos, tres o más días? El devenir gato, manteniendo a raya lo ratonesco y lo perruno, consume un gran esfuerzo volitivo. Huraño como una rata, amoroso como un perro, pero ni lo uno ni lo otro, simplemente gato. Si se queda mucho en casa, corre el riesgo de transformarse en un perro empalagosamente leal y sin libertad de movimiento, por eso debe alejarse para dedicarse a la caza, conquistar nuevos territorios con sus meados, pasear en solitario, buscar amistades fuera de la familia doméstica, etcétera. Pero tampoco puede alejarse definitivamente o comenzará a asemejarse a una rata escurridiza, dependiente del hogar (en el caso de la rata, de la basura que éste genera) pero marginado de él. Por eso debe regresar, reafirmar el vínculo con sus “dueños”, dejarse querer como un bien portado gato de casa.

Lo rata-perro es una amenaza permanente para el gateante, que logra sortear esta dificultad con elegancia. Prueba de ello es el magnífico equilibrio de este animal, perfeccionado a punta de caminar por la cuerda floja, con lo ratonesco a un lado y lo perruno al otro. Así, un gato no es esencialmente gato, sino que deviene gato: gatea. No se nace gato, se llega a serlo.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Madrugada tardía / Iñangechi punh

En mi cabeza vagan moscas verdeazules
Olfatean, zumban
Buscan la carroña
El oro fétido de mis dientes 
Los restos de piel que cubren mis costillas

De frente a mi, un lagarto
Señalándome con su dedo acusador
Hunde su uña en mi ojo y me silba en la oreja 
Despierta, agüeonao
La luna ya se fue
Se aburrió de tu sonambuleo

Y como a una carta rutinaria
Rompe mi sueño de color sepia 
Abro los ojos
Miro la sábana, clara como un espejo 
Veo mi rostro
Arañado, seco de barro y desierto

¿Será posible?
¿Cuanto tiempo ha pasado?
Mis manos blancas y pedregosas
Son el testimonio de mi viaje callado
Y en el cielo, las moscas
La nube tornasol
Mi corona de pasado.
Wente ñi longko müpüyawley püllomeñ engün
Nufnuftuley, trümümküley
Kintulefi chi funan ilo
Nhümü milla mülelu iñche ñi foro mew
Puchulewechi trawa takufilu iñche ñi kadi

Tañi itrotripa mew müley kiñe kirke
Fey dichoenew tañi dalluntukukechi changüll mo
Tukuwiliñmafi iñche ñi nge ka pillümtuenew:
“Trepenge, pirulongko
Amutuy chi küyenh
Fey afeli eymi ta mi külpemün"

Kiñe adtuyengechi chillka reke
Fey teyfuy iñche ñi kollü pewma
Lelikünufin ta ñi nge
Kintuwülfin iñche ñi ültu, ayliñngelu komütuwe reke
Adkintuwülün ta ñi ange
Rifkankülelu, angkülelu pelhe ka kuyüm mew

¿Pepingeafuy ama?
¿Müfü antü rupay?
Tañi lig kurawkechi kuwü
Dunguyey engu tañi ükümkechi nhampülkan
Wenu mew ta püllomeñürke
Feychi koñoll tromü
Iñche ñi trarilongko kuyfi antü.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

odemos vivir sin pasión y sin dueños, he aquí la gran libertad que esta sociedad nos ofrece. Podemos hablar sin frenos, en particular de aquello que no conocemos. Podemos expresar todas las opiniones del mundo, aún las más arriesgadas, y desaparecer detrás de sus sonidos. Podemos votar al candidato que preferimos, reclamando a cambio el derecho de lamentarnos. Podemos cambiar de canal en cualquier instante, toda vez que nos parezca que nos estamos volviendo dogmáticos. Podemos divertirnos en horas fijas y atravesar a velocidades siempre mayores ambientes tristemente idénticos. Podemos aparecer como jóvenes testarudos, antes de recibir helados golpes de sentido común. Podemos casarnos todas las veces que queramos, así de sagrado es el matrimonio. Podemos ocuparnos de infinidad de cosas útiles y, si no sabemos escribir, podemos convertirnos en periodistas. Podemos hacer política de mil modos, aun hablando de guerrillas exóticas. Tanto en la carrera como en los afectos, podemos ser excelsos en la obediencia, si es que no llegamos a mandar. También a fuerza de obediencia nos podemos convertir en mártires, y esta sociedad, en desmedro de las apariencias, todavía tiene tanta necesidad de héroes.

Contra todo esto hay que  acudir a las armas cortas, para sostener finalmente un duelo a muerte con la vida.

Ai ferri corti, 1998

miércoles, 31 de julio de 2013

Imposibles II

Una mañana de verano bajaba al centro en la 45 amarilla, ésa que pasa por el camino al mar. Al ser una carretera, cuando entra en ese tramo la micro toma velocidad, y si es una micro antigua, como la de aquél día, entonces ésta comienza a quejarse de sus placas de metal sueltas, sus tornillos rodados, sus vidrios flojos.
Yo iba leyendo Tiempo, realidad social y conocimiento de Sergio Bagú, un libro medio fome de esos que a veces me da por leer, cuando al entrar al camino al mar, de entre los lamentos seniles de la máquina distinguí un zumbido extraño. Era como un tábano, pero mucho más fuerte. Me asusté un poco y puse ojo al charqui. El sonido venía de la ventana, y lo que fuera que lo producía estaba cubierto por una cortina. Para colmo, el zumbido se hacía más y más vehemente mientras la micro corría por la carretera.
De pronto, en cosa de medio segundo, vi que un bulto salía desde detrás de la cortina y volaba directo hacia mi cara con su murmullo infernal. Por suerte atiné a agarrar el libro que tenía en mis manos para desviar al monstruoso bicho. Éste cayó al suelo, donde dio un par de vueltas agónicas antes de morir. Era un insecto, efectivamente: una especie de abeja o chaqueta amarilla de unos quince centímetros de longitud, con alas gruesas en las que se notaban venas de color violeta.
Tardé unos segundos, no sé cuántos, en reaccionar. Miré el libro. El golpe había destruido la portada y como cincuenta hojas interiores. Además tenía aquí y allá unas gotitas violáceas: la sangre pegajosa del avispón. Asqueado y consternado, tiré lo que quedaba de la obra del señor Bagú y me bajé de la micro para continuar el resto de mi trayecto a pie.

lunes, 29 de julio de 2013

Imposibles I

Una noche, mientras me estaba desvistiendo para acostarme, vi una araña caminando por la pared de mi pieza. Agarré un zapato y la aplasté.
Desde chico tengo el miedo absurdo de que si mato una araña o cualquier otro bicho, sus congéneres vendrán en masa a vengar su asesinato. Sé que es casi ridículo, pero no puedo evitarlo. De manera que ya acostado y con la luz apagada, me entregué con terror a esos pensamientos hasta que el sueño me venció.
A la mañana siguiente, las demás arañas no se habían vengado, pero el zapato con que había matado a la araña tenía los pasadores llenos de telarañas con aspecto de estar recién hechas. Ese mismo día moví todas las cosas de mi dormitorio y pasé la aspiradora por todos los rincones como un condenado.

lunes, 15 de julio de 2013

Fractálica

En la luna se reflejaba el sol
Y en éste había un lago de fuego
Donde navegaban bacterias ignífugas
Cuyas colonias irradiaban una luz verde
Que viajaba a través del vacío
Esquivando quásares y asteroides
Hasta dar contra la faz de Qaros Épsilon
Bajo cuyos glaciares descansaban sótanos de petróleo
De las que usufructuaba Merry & Co.
A cambio de doce mil bocanadas diarias y una llama sempiterna
Que iluminaba la fachada sur de la casa
Donde vivía el tata Haroldo
Quien se levantaba con las gallinas
Y cada mañana miraba desde la ventana de su ruco
El paisaje que inflamaba sus pupilas ahumadas
Tragaluces que habían visto en más de cincuenta años
Las entrañas negras de la tierra
La piel nívea de los ventisqueros
Las estepas infranqueables más allá del sector H32
El baile de la aurora boreal
Luceros matutinos a granel
Hasta una lluvia de meteoros rojos, una vez
Y más
El diente de oro que lucía Chico Antón
Los pechos generosos de Alberta
Los primeros pasos de su pequeña Milena
Una gaviota con las alas atrofiadas en el derrame del 43
La huelga del 52
La partida de Milena a Qaros Gamma
La huelga y la matanza del 56
Sus propias manos poblándose de surcos y grietas
Sus últimos dientes y los huecos en las encías
Y hasta los párpados marchitos de Alberta, una vez
Y solo una vez

viernes, 22 de marzo de 2013

El nombre de la muerte

La catástrofe era total. Cansados de intentar pararnos tras una noche entera de remezones sísmicos, permanecíamos sentados sobre el suelo, en silencio, desconcertados. En el tramo de una hora la oscuridad más espesa dio paso al alba, cuya luz permitió dar cuenta del desastre que solo habíamos podido imaginar a ciegas y con el resto de nuestros sentidos.

El sol comenzó a estrechar sus rayos por el entablado de nubes, mostrándonos que todo había sido peor de lo que pensábamos. Los edificios estaban caídos o en llamas, los cadáveres se quebraban en ángulos imposibles, grietas anchas cruzaban la ciudad de esquina a esquina. Ruinas, sangre, destrucción.

Las reacciones de los sobrevivientes no se hicieron esperar. Algunos lloraban y gritaban, otros gemían y temblaban, mientras que unos cuantos golpeaban y arrojaban lejos de sí piedras, tablas o cualquier cosa que tuvieran al alcance. Yo era de estos últimos y creo que agarré unos vidrios rotos o un palo en brasas, porque sentía ardor en las manos. No obstante, cualquier forma de catarsis resultaba insuficiente, pues en un momento mi cuerpo no dio más y caí sobre mis rodillas, apretando los dientes y con los ojos inundados por el trágico panorama.

Cuando creíamos que nuestro abandono no podía ser peor, vimos a una veintena de personas incorporarse, con la vista fija en un punto del horizonte roto. Más bien parecía que habían perdido la visión, prefiriendo quedarse en la oscuridad de la madrugada, cuando aún no dimensionábamos las huellas de la debacle. Tras quedarse un momento de pie, con los hombros relajados en actitud nirvánica, caminaban hasta el borde de las grietas que abrían el suelo aquí y allá, y se arrojaban al vacío.

Uno a uno avanzaban con pasos pulcros, como si una alfombra de hierba floreciera especialmente para mostrarles el camino. Ninguno de nosotros los detuvo. Solo observamos su marcha casi ritual, casi sacrificial, hacia el abismo. Los cuerpos caían hasta el fondo rebotando en golpes secos que, debido a una macabra arquitectura acústica y al silencio general, podían oírse con claridad.

Después de eso, los aullidos de agonía que lanzaban aquellas personas en el fondo de la sima. Cada estertor nos clavaba una espina en la pupila, y sus ecos multiplicaban nuestra conmoción, raspándonos hasta el último hilo del alma.

Entonces aprendimos el nombre de la muerte. Lo oímos en cada grito de aquella mañana, enseñándonos su forma y su sonido, picándonos la piel. El mundo devoraba a sus hijos, llevándose consigo una parte invisible de los sobrevivientes, y hasta el día de hoy me pregunto si aquello fue un castigo o un regalo, una lección hecha carne y que cargaremos en nuestros pechos al dormir y en nuestras manos al despertar.