sábado, 13 de abril de 2019

Hans le preguntó o se preguntó a sí mismo en voz alta (era la primera vez que hablaba) qué pensarían aquellos que vivían o frecuentaban la quinta dimensión. Al principio el director no le entendió del todo, pese a que el alemán de Hans había mejorado mucho desde que se fue con las brigadas camineras y más aún desde que vivía en Berlín. Luego captó la idea y dejó de mirar a Halder y a Nisa para concentrar su mirada de halcón o de águila o de buitre carroñero en los ojos grises y tranquilos del joven prusiano, que ya estaba formulando otra pregunta: ¿qué pensarían los que tenían acceso libre a la sexta dimensión de aquellos que se instalaban en la quinta o en la cuarta dimensión? ¿Qué pensarían los que vivían en la décima dimensión, es decir los que percibían diez dimensiones, de la música, por ejemplo? ¿Qué era para ellos Mozart? ¿Qué era para ellos, Bach? Probablemente, se contestó a sí mismo el joven Reiter, sólo ruido, ruido como de hojas arrugadas, ruido como de libros quemados.

En ese momento el director de orquesta levantó una mano en el aire y dijo o más bien susurró confidencialmente:

—No hable de libros quemados, querido joven.

A lo que Hans respondió:

—Todo es un libro quemado, querido director. La música, la décima dimensión, la cuarta dimensión, las cunas, la producción de balas y fusiles, las novelas del oeste: todo libros quemados.

—¿De qué habla? —dijo el director.

—Sólo daba mi opinión—dijo Hans.

—Una opinión como cualquier otra —dijo Halder que intentó, por si acaso, poner un punto final jocoso, que no le enemistara con el director ni que enemistara a éste con su amigo—, una típica intervención de adolescente.

—No, no, no —dijo el director—,  ¿a qué se refiere cuando habla de novelas del oeste?

—A novelas de vaqueros.

[Roberto Bolaño, 2666]

domingo, 30 de octubre de 2016

Imposibles III

Hace un par de años, una noche cualquiera de primavera, antes de acostarme me tomé una taza de hierba de San Juan porque no quedaba té y no quería tomar café. Esa noche tuve uno de esos sueños con una historia larga y muy detallada. No voy a entrar a contarlo porque habían varias cosas que me da vergüenza revelar, pero lo más interesante fue que inventé música. Otras veces también había soñado algo así, y supongo que esto es algo más o menos común en muchas personas. Lo interesante, entonces, no es que haya inventado música en un sueño, sino que cuando desperté, pude recordarla y atiné a retener la melodía. Bueno, creo que esto tampoco es tan interesante. Grandes canciones, como el "Yesterday" de los Beatles, tienen su origen en los sueños de sus autores. Mi melodía no era ninguna genialidad, pero sí era entrete saber que a veces uno se puede traer un recuerdo de otro mundo que visitó, como esa historia del tipo que soñó con el Paraíso y despertó con una flor en la mano o algo así. Prendí mi computador y la anoté en el Guitar Pro con algo de dificultad porque en realidad era dos melodías: una principal y una base de bajo. La toqué después unas pocas veces en la guitarra y pronto me olvidé.

Unos meses después escuché en un colectivo una canción equis, buena onda pero olvidable como cualquier ruido ambiental, de no haber sido porque a los pocos segundos se me hizo familiar. Era mi melodía, la que había soñado y escrito. Oye... ¡Oye! No podía ser. ¿Algo puede ocurrir dos veces en lugares y tiempos distintos? O sea, yo creo que sí, el tiempo y el espacio son tan inmensos que incluso puede haber existido o existir en el futuro alguien con el mismo ADN que yo, pero, ¿cuál es la probabilidad de coincidir y de que uno se de cuenta de ello?

Memoricé un pedazo en inglés que entendí para buscarlo después en internet. Cuando llegué a mi casa y busqué la letra, resulta que era una canción de Taylor Swift, una cantante estadounidense cuyo nombre había visto pero a quien nunca había puesto atención. La canción era "Shake it off". Busqué la fecha de lanzamiento. Era reciente, meses después de mi sueño. Increíble. Claro, era la misma melodía, con su tono pop, evidentemente, al contrario de mi versión más oscura y sin letra, pero la línea melódica, con el bajo incluido, estaba ahí, replicada de manera exacta.

He vuelto a soñar con música inventada un par de veces, pero no he alcanzado a recordarla. Y una vez soñé con Taylor Swift, pero eso no me da vergüenza contarlo: era una amiga que me prestaba un libro sobre insectos. A veces uno sueña cada cosa.

sábado, 27 de febrero de 2016

Película: The revenant (2015)

A un año de su laureada Birdman (2014), el mexicano Alejandro González Iñárritu vuelve a romperla con esta historia de venganza ambientada en el Medio Oeste de EEUU de inicios del siglo XIX. The revenant está basada en una novela histórica homónima escrita por Michael Punke.

La trama no tiene nada del otro mundo: Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), gran conocedor del territorio aún resistido por las tribus indígenas, guía una malograda expedición de traficantes de pieles de vuelta a su poblado. Sin embargo, en el camino se cruza con una mamá osa que lo ataca y lo deja hecho bolsa. John Fitzgerald (bacán el Tom Hardy) es el encargado de llevarlo de regreso, pero lo traiciona, abandonándolo a su suerte (o a su muerte) en el más inhóspito de los terrenos, a merced de los elementos y de los hostiles indios de parcialidades antagónicas. Lo que sigue es la lucha de Glass por sobrevivir y regresar en busca de la venganza contra el maldito Fitzgerald.

La historia no se ve compleja. De hecho es lineal y bien concreta. Sin embargo, cautiva por su acción de motivación dramática. En un páramo tan helado como éste, la venganza se sirve caliente, sin maquinaciones, frente a frente y con las propias manos. El viaje de Glass es más sufrido que la cresta, siempre a punto de morir pero con unas dotes de sobrevivencia que ya se las quisiera Rambo, casi a punto de romper el cordón de lo verosímil, pero bueno, es una película.

También cautiva de manera especial por su composición visual, que hace la mitad de la película. Emmanuel “Chivo” Lubezki vuelve a copilotear con González Iñárritu, sacándole el jugo con su espectacular fotografía a los paisajes devoradores (la escena que abre me gustó caleta), a los rostros diversos, a la interpretación física de Dicaprio y a las densas visiones y sueños de Glass mientras navega por el limbo.

Más allá de esto, que ya la hacen una buena película, lo que encontré interesante fue el retrato de época. Por ahí la he visto etiquetada como un western, y si nos atenemos a una definición mínima del género como cualquier historia ambientada en el Medio o el Lejano Oeste estadounidense del siglo XIX, entonces, ya, podríamos decir que es un western. Le lleva aventura, le lleva indios, rifles y pistolas, y no le lleva vaqueros pero sí hombres blancos enfrentados al desierto, esta vez blanco, gélido y montañoso. Sin embargo, sería un western bien especial, de un naturalismo histórico muy fino. La línea que divide a buenos y malos se difumina en la bruma de la sobrevivencia, mostrándonos que sólo son indios y blancos (en definitiva: personas) que se juegan la vida en un campo helado, inhóspito más que por su fisionomía, por los vectores políticos que los han colocado en confrontación mutua atendiendo a razones que subordinan el ser al poder. Incluso Fitzgerald, el malo de la película por excelencia, no es más (ni tampoco menos) que un raído y mísero cazafortunas que cambia su vida por la vaga promesa imperial del botín individual.

Otro tema que me gustó fue la figura del mestizo. Éste descoloca el esquema colonial, es una aberración que escapa al pensamiento binario. Pero decir que escapa es impreciso. Es al revés: es el pensamiento colonial el que busca escapar de la realidad ineludible del mestizo. Hawk, el hijo mestizo de Glass, en todo momento es mirado con sospecha, sentimiento que también se traspasa a su padre, que por su intensa relación con el mundo indígena se convierte en un enemigo potencial que puede traicionarlos en cualquier instante, desatando las fuerzas bárbaras sobre sus congéneres blancos. Pero ambos están ahí, moreno y morenizado en el mismo equipo de los blancos, mano a mano contra el monte. Intentan negarlos pero estan ahí en frente. Intentan eliminarlos pero siempre surgirán más, porque al superponer los mapas sobre el territorio humano, éste siempre será fronterizo. Los humanos siempre nos corremos y nos colamos por las fisuras, y toda racionalización va corriendo atrasada y jadeando detrás de los hechos.

De esta manera, si desnudamos sólo la ambientación humana de la película, ya hay allí una interpretación sobre la época de expansión de la llamada “frontera” estadounidense, que por cierto es bien similar a la que se dio en todo el continente. El estado-nación consolida su propia ficción por medio de la fuerza, la cual, lejos de ser una mano oscura alojada en altos despachos, opera sobre y por medio de los cuerpos. Los sujetos actúan y son actuados por la historia, o más bien por las historias entrecruzadas en trayectorias infinitas que corren como culebras por el suelo de lo cotidiano.

No deja de ser interesante que un latino haya tenido que ir a contarles a los estadounidenses su propia historia nacional en formato de película taquillera. Yo creo que el rupturismo de su visión recae tanto en la agudeza de la obra como en los silencios selectivos de la industria cultural hegemónica. Por esto mismo, me queda la duda de si será éste el tipo de lectura que hará la audiencia, incluso acá en Chile, que comparte tantos rasgos en su conformación histórica. En otra onda similar, recuerdo que actualmente está en preparación una película sobre Lautaro. Ojalá salga algo güeno de eso.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Película: The experiment (2010)

El experimento es un thriller estadounidense del 2010 que actualiza en un relato moderno el infame experimento de la cárcel de Stanford.

En general la encontré decente, aunque ciertas debilidades del guión, ciertos personajes planos y el tono casi groseramente moralizante en la voz del personaje de Adrien Brody (en su típica estampa melancólica) la alejan de lo que podría ser una entrega más profunda sobre el tema. Entre mis principales problemas con la película están: que la moraleja se entrega ya digerida, la exagerada evolución del personaje de Forest Whitaker, la licencia mal plasmada que explica la ausencia de los científicos y la insoportable unidimensionalidad del guardia malo Chase. Este último punto es especialmente problemático porque una de las lecciones del experimento es que la semilla del mal está latente en todas las personas, lista para germinar si se le inviste de una autoridad legitimada. En el caso de Chase, y por lo que vemos en su entrevista previa, ya era un hueón violento, así que no es una sorpresa que como gendarme siga siéndolo. Pese a ello, sí hay otros personajes que nos permiten observar las solidaridades que se escurren entre las líneas autoritarias, y el manejo de la disidencia por parte del grupo en el poder.

La violencia en esta película es bien gráfica, alimentada además por el trasfondo psicológico de los “apremios físicos” y el ambiente de jaula de hierro. Algunos podrían pensar que se apoya demasiado en la provocación con las escenas de torturas, pero hay que recordar que no son gratuitas por la naturaleza del tópico abordado.

Chase culiao chato

Con todo, las implicancias de la historia real (cuya sola lectura es tan aterradora como su versión cinematográfica) son tan complejas y comprometedoras que hacen de ésta una película llamativa que anima a querer verla hasta el final.

martes, 9 de febrero de 2016

Película: The descent (2005)

He fallado miserablemente en mi manda de comentar las películas que voy viendo. Sin ánimo de enmendar lo irremediable, voy a dedicarle unas palabras a The descent. Es una película británica de terror del 2005, que en pocas palabras, narra el descenso de un grupo de amigas adeptas a los deportes extremos a una caverna desconocido... Con esto uno ya sabe para dónde va la cosa, vaticinio que se cumple con creces, porque empiezan a pasar cosas malas, muy malas y peores.

Se me hace difícil comentar sin revelar la gran sorpresa que tiene el argumento, así que partiré por recomendarla. Si se busca una película de miedo, ésta es de las pocas piolas que están saliendo (aunque estamos hablando de diez años atrás). La película es efectiva en el terror debido principalmente y en un comienzo a su ambiente claustrofóbico. Por lo general la orografía es el antagonista de estos filmes. Los accidentes, la desesperación, las malas decisiones de sus protagonistas enojan un poco, pero aparte de esto y de los típicos sustos sopresivos (que pueden molestar a algunos pero que igual los hacen saltar), la película provoca una sensación general de desazón que impregna el visionado de principio a fin. Además de esto, la historia previa que inaugura la película le da una densidad más verosímil que otras del género, tanto por su cariz trágico como por la alegre camaradería de las amigas.

Las emociones son efímeras pero auténticas si uno se deja llevar por el cuento, como se debería hacer siempre que leemos, miramos o escuchamos una historia. No se trata de darle ventaja o compasión porque sí, sino de dejarse acunar por ella para que te empiece a apretar la guata y a darte esas cachetadas que uno tanto desea.

(A continuación posibles spoilers)