sábado, 25 de septiembre de 2010

Una pequeña historia de amor

Un día un joven de esos como de quince años perdió su carné. Y lo perdió tanto que comenzó a buscarlo por todas partes. Se toqueteó el bolsillo, el otro bolsillo y dio vuelta su billetera, pero nada que aparecía. Fue entonces que hizo lo que cualquier hombre haría en esas circunstancias: preguntar a la mujer más cercana, que en este caso era su madre.

- Mami, ¿has visto mi carné?

- No, hijo.

- No lo encuentro.

- ¿Buscaste debajo de tu cama?

El joven se puso en cuatro patas y miró bajo el catre. No se veía nada. Prendió la luz y entonces pudo ver, pero no halló más que un calcetín, un trozo de pan duro y mucho polvo. Un soplo de escalofrío le recorrió la espalda al pensar en ese trámite que tenía que hacer al día siguiente, y en que sería imposible realizarlo sin su carné.

Frustrado por la pérdida, echaba un ojo a las repisas, el velador, la mesa, con la íntima esperanza de recuperar el objeto. Mientras miraba por novena vez encima del refrigerador, su madre le pegó un grito desde el segundo piso:

- Hijo, acuérdate de colgar tu ropa del liceo.

Y partió el adolescente con la cabeza gacha. Entró al baño, levantó la tapa de la lavadora y comenzó a sacar las prendas húmedas. Al tomar la última entre sus brazos (era una camisa) cayó algo al suelo. Era un rectangulito de plástico con las esquinas redondeadas.
 
- ¡Aquí estás!

Dejó la ropa sobre la lavadora y recogió el carné con ambas manos. Una sonrisa le atravesó el rostro mientras lo levantaba a contraluz de la ventana. Y fue allí, en esa tarde de domingo primaveral, que el joven acercó aquel rectangulito de plástico a sus labios y lo besó, con un entusiasmo tal que el mundo entero se detuvo para contemplar aquel maravilloso instante.
 
Aquél fue su primer beso. Ya vendrían muchos otros, pero ninguno tan puro y espontáneo como ese núbil beso de adolescente. Un sublime acto de amor como pocos los hay, y que quedaría grabado para siempre en los ojos risueños de las flores que asomaban por la ventana.

martes, 7 de septiembre de 2010

Aforismo sanitario

En la mañana mientras me cambiaba de polera me di cuenta que este sábado cumpliré un récord personal. Serán dos semanas de suciedad. Mientras tanto, los pensamientos se me acumulan como piñén, mugres como esta parafraseada del dramaturgo Bertolt Brecht:

Hay quienes se dejan de bañar un dia y pasan piola. 
Hay quienes se bañan una vez a la semana y andan hediondos.
Hay quienes se bañan una vez al mes y andan terrible de fétidos. 
Pero están aquellos que nunca se bañan, esos son unos cochinos culiaos pasaos a caca.

Así de profundo... así de desechable. Chao pescao.