Miro mi blog y veo que está medio muerto, así que quiero hacerme una propuesta personal. Por cada película que vea y cada libro de lea intentaré hacer un comentario, aunque sea un parrafito piñufla. Me hago esta especie de manda para soltar un poco mi prosa, porque entre lo flojo y lo perfeccionista, termino escribiendo súper poco. Al mismo tiempo, con esto creo que puedo ir dándole un sentido a lo que veo y leo (aunque hago más lo primero que lo segundo), porque me sucede que soy un devorador de películas y lecturas (de nuevo, no tanto lo último) y luego no me acuerdo mucho de qué se trataba.
¿Será necesario decir que serán opiniones muy personales e incluso desinformadas. Obviamente, éste es un blog personal, pero quiero aclarar que en cuanto a gustos artísticos, más que un eximio, me considero un simio, y de los mañosos. Sirva esto, pues, un poco como bitácora personal, un sistema de fichas o ayudamemoria.
En fin, aquí me lanzo y parto con Carne de perro, película chilena del año 2013. La vi la semana pasada en un ciclo de cine organizado por el Museo Surazo (Osorno), en el marco de una muestra de cine chileno de la Cineteca Nacional. Había visto buenos comentarios, sobre todo de la actuación de Alejandro Goic en el protagónico. Además, la premisa de retratar la vida de un ex torturador de la dictadura me sedujo desde la primera vez que supe de ella y estaba esperando una oportunidad para cacharla, así que me programé y la fui a ver.
(Le lleva espóiler)
La historia parte con Alejandro (el personaje lleva el mismo nombre del actor) en una escena que veremos constantemente a lo largo de la película: solo en el baño de su casa, tomado de los nervios y echándose agua en la cara para aliviar la agitación. Un hombre atribulado y prácticamente cada escena va develando las cargas que pesan sobre su espalda, acompañado por una correspondiente visual lúgubre. La separación y la indiferencia/desprecio de su familia, el desprecio de la sociedad a través de un abandono burocrático (véase la secuencia de la reunión de ex uniformados), el estrés como colectivero, la soledad y la desconfianza... También se develan algunas trancas que le dan densidad psicológica al personaje y que son la encarnación de ciertos rasgos culturales: la represión afectiva, la fobia a los psicólogos, los celos agresivos hacia la ex pareja, y esa parte en que Alejandro va donde una prostituta no para culeársela, sino que sólo para pasar un rato de toque humano arrimado entre sus brazos.
Las actuaciones, muy buenas, creo que está bien armado, y es que en todo caso se fueron a la segura con puros connotados. No había visto nunca a Alejandro Goic y fue satisfactorio, a la altura (o profundidad) del personaje. Amparo Noguera interpreta a la esposa separada de Alejandro, en un papel que me recordó a la esposa de Alfredo Castro en Tony Manero, solo que esta vez con más vehemencia, propia del personaje; bien ahí. Daniel Alcaíno como -sorpresa- el cumpa chacotero (no es su culpa, considero que es hábil al mutar a otros registros). María Gracia Omegna me sorprendió gratamente, no me gustan mucho sus roles de las telenovelas, un poco nomás en series, y en cine no la he visto que recuerde en este momento, pero en esta ocasión creo que lo hizo bien aunque no entendí mucho el lugar de su personaje (¿seré muy longimente literal?). Bacán Roberto Farías, tranqui. Catalina Saavedra aparece como colega de la señora de Alejandro, buena actriz en un rol intrascendente, un desperdicio o un sobre-reparto. Y Alfredo Castro, un crá, desplegando su histrionismo como pastor evangélico.
Como relato me decepcionó un poquito. A ratos sentí que se trataba de una vivisección demasiado quirúrgica, desafectada de la vida del personaje. De principio a fin se van abriendo varios conflictos que van iluminando (o borroneando) los pliegues vivenciales de Alejandro, pero ninguno logra cerrarse. Y no es que precisamente odie los finales abiertos o los cabos sueltos. De hecho, me gusta esa prestidigitación de algunos cuentistas de guiar nuestra atención a hilos que parecen importantes pero que terminan en el aire. Es como la vida misma, ¿no? Sin embargo, creo que hay algo que no me dio la sensación de clausuras o no-clausuras significativas. ¿Será un tema de composición visual-secuencial o simplemente hueá mía? No sé.
Otra cosa que me extrañó fue que la premisa que se prometía en diarios, revistas, reseñas, etcétera, estaba ausente en la película, aunque es posible que sea culpa mía por no haber prestado la atención suficiente. ¿Cómo sabemos exactamente que Alejandro fue torturador? A lo más fue uniformado: se le muestra mirando su caja de zapatos con recuerdos y objetos militares, y más adelante participando en una reunión de ex militares. Si todo esto define a un ex torturador, creo que son pruebas algo indirectas. Con esto me sentí un poco estafado, creo que una película debe poder funcionar autónomamente sin que te adelanten nada de nada, a fierro pela'o.
En medio de la perplejidad que me produjo el pasar y pasar del cotidiano de Alejandro, me di cuenta de una cosa: la facilidad con la que uno hace suyo un prejuicio al presentársele de antemano la definición de una situación, en este caso, de una persona. Nos dan esta premisa del ex torturador, y de inmediato nos hacemos la imagen mental de un ser despreciable, un psicópata, un hombre que está constantemente al borde de la violencia desatada. Para uno pasa a ser un prototipo programado tanto para explotar en grande así como en los gestos más mínimos y cotidianos de crueldad, rasgos todos propios de una mente enfermiza e inhumana.
Pensando así, me encontré a mí mismo enjuiciando a una persona y encasillándola a partir de lo que alguien más me dijo (el autor de la película, los críticos u otros espectadores). En cada uno de sus actos vemos la acción de un psicópata. Sin embargo, repasando sus accesos de violencia, uno se da cuenta que podría ser cualquier persona. Insinuarle una choreá al mecánico. Hacerle un show a la ex pareja en la pega es típico en tantas relaciones signadas por el machismo. Tirarle agua hirviendo a un perro: ¡típico chileno! De pronto, la premisa de la película nos sirve de chivo expiatorio, para exorcizar las manchas más oscuras de nuestra psicología expresada en actos preñados de cultura. La deconstrucción de ese mecanismo de desplazamiento me hizo sentir algo incómodo conmigo mismo.
Quizá me quedé pegado con el perro, pero es porque, además del significado que le atribuyo como disparador de una reflexión sobre las violencias cotidianas impresas en nuestra cultura, creo que técnicamente fue muy bien ejecutado. Mientras veía esas escenas, pensaba en cómo cresta habrían logrado tener la aquiescencia actoral del perruno y en la calidad del maquillaje, que parecía tan real. Pues bien, según nos contó la señora que presentó la peli, el perrito efectivamente había sufrido quemaduras, pero no por parte de la producción, sino que éstos lo rescataron y aprovecharon su condición para incluirlo en el reparto. O sea, ¿las quemaduras mostradas eran reales? ¿Las curaciones y vendajes que le hacía Alejandro eran de verdad? De ser así, ¡bravo!
Otro punto positivo y relacionado con lo anterior: me gustaron las locaciones. Desde el baño de Alejandro hasta la fábrica donde trabajaba su señora. Detalle que casi me emocionó por lo certero: la tierra del patio de Alejandro cuando entierra a su perro, estaba llena de basura, pedazos y bolsas de plástico y restos de un saco, ¡un clásico!
En conclusión, creo que Carne de perro es buena (¡por la chucha el adjetivo pa' genérico! Espero ir puliendo esto). Conceptualmente se atreve a abordar un temazo, que es lo que pasa con "los de la otra vereda", con los funcionarios de la máquina represiva de la dictadura, después de la dictadura, pegados en una transición que sigue y sigue "transiciendo". Es algo cototudo, innovador en el cine chileno (¿hay otras películas que traten el tema?) con varias dimensiones que se presentan en la cinta con una visión lúcida en torno al cotidiano, aunque en la ejecución narrativa a mi parecer queda un poco inorgánico, un poco amorfo, algo que tal vez se habría subsanado con un metraje más largo, tomándose el tiempo necesario para redondearlo.
1 comentario:
no la he visto, espero verla. Buen análisis, muy interesante. Creo que nunca podría hacer algo así, cuano veo algo o leo algo me pasa que recibo una bruma nubosidad fenomenológica (por ponerle un nombre a la maraña de cosas que percibo) y me cuesta racionalizar.
Entonces, en conclusión, tu reseña es buena.
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