miércoles, 31 de julio de 2013

Imposibles II

Una mañana de verano bajaba al centro en la 45 amarilla, ésa que pasa por el camino al mar. Al ser una carretera, cuando entra en ese tramo la micro toma velocidad, y si es una micro antigua, como la de aquél día, entonces ésta comienza a quejarse de sus placas de metal sueltas, sus tornillos rodados, sus vidrios flojos.
Yo iba leyendo Tiempo, realidad social y conocimiento de Sergio Bagú, un libro medio fome de esos que a veces me da por leer, cuando al entrar al camino al mar, de entre los lamentos seniles de la máquina distinguí un zumbido extraño. Era como un tábano, pero mucho más fuerte. Me asusté un poco y puse ojo al charqui. El sonido venía de la ventana, y lo que fuera que lo producía estaba cubierto por una cortina. Para colmo, el zumbido se hacía más y más vehemente mientras la micro corría por la carretera.
De pronto, en cosa de medio segundo, vi que un bulto salía desde detrás de la cortina y volaba directo hacia mi cara con su murmullo infernal. Por suerte atiné a agarrar el libro que tenía en mis manos para desviar al monstruoso bicho. Éste cayó al suelo, donde dio un par de vueltas agónicas antes de morir. Era un insecto, efectivamente: una especie de abeja o chaqueta amarilla de unos quince centímetros de longitud, con alas gruesas en las que se notaban venas de color violeta.
Tardé unos segundos, no sé cuántos, en reaccionar. Miré el libro. El golpe había destruido la portada y como cincuenta hojas interiores. Además tenía aquí y allá unas gotitas violáceas: la sangre pegajosa del avispón. Asqueado y consternado, tiré lo que quedaba de la obra del señor Bagú y me bajé de la micro para continuar el resto de mi trayecto a pie.

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