sábado, 13 de abril de 2019

Hans le preguntó o se preguntó a sí mismo en voz alta (era la primera vez que hablaba) qué pensarían aquellos que vivían o frecuentaban la quinta dimensión. Al principio el director no le entendió del todo, pese a que el alemán de Hans había mejorado mucho desde que se fue con las brigadas camineras y más aún desde que vivía en Berlín. Luego captó la idea y dejó de mirar a Halder y a Nisa para concentrar su mirada de halcón o de águila o de buitre carroñero en los ojos grises y tranquilos del joven prusiano, que ya estaba formulando otra pregunta: ¿qué pensarían los que tenían acceso libre a la sexta dimensión de aquellos que se instalaban en la quinta o en la cuarta dimensión? ¿Qué pensarían los que vivían en la décima dimensión, es decir los que percibían diez dimensiones, de la música, por ejemplo? ¿Qué era para ellos Mozart? ¿Qué era para ellos, Bach? Probablemente, se contestó a sí mismo el joven Reiter, sólo ruido, ruido como de hojas arrugadas, ruido como de libros quemados.

En ese momento el director de orquesta levantó una mano en el aire y dijo o más bien susurró confidencialmente:

—No hable de libros quemados, querido joven.

A lo que Hans respondió:

—Todo es un libro quemado, querido director. La música, la décima dimensión, la cuarta dimensión, las cunas, la producción de balas y fusiles, las novelas del oeste: todo libros quemados.

—¿De qué habla? —dijo el director.

—Sólo daba mi opinión—dijo Hans.

—Una opinión como cualquier otra —dijo Halder que intentó, por si acaso, poner un punto final jocoso, que no le enemistara con el director ni que enemistara a éste con su amigo—, una típica intervención de adolescente.

—No, no, no —dijo el director—,  ¿a qué se refiere cuando habla de novelas del oeste?

—A novelas de vaqueros.

[Roberto Bolaño, 2666]

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