sábado, 27 de febrero de 2016

Película: The revenant (2015)

A un año de su laureada Birdman (2014), el mexicano Alejandro González Iñárritu vuelve a romperla con esta historia de venganza ambientada en el Medio Oeste de EEUU de inicios del siglo XIX. The revenant está basada en una novela histórica homónima escrita por Michael Punke.

La trama no tiene nada del otro mundo: Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), gran conocedor del territorio aún resistido por las tribus indígenas, guía una malograda expedición de traficantes de pieles de vuelta a su poblado. Sin embargo, en el camino se cruza con una mamá osa que lo ataca y lo deja hecho bolsa. John Fitzgerald (bacán el Tom Hardy) es el encargado de llevarlo de regreso, pero lo traiciona, abandonándolo a su suerte (o a su muerte) en el más inhóspito de los terrenos, a merced de los elementos y de los hostiles indios de parcialidades antagónicas. Lo que sigue es la lucha de Glass por sobrevivir y regresar en busca de la venganza contra el maldito Fitzgerald.

La historia no se ve compleja. De hecho es lineal y bien concreta. Sin embargo, cautiva por su acción de motivación dramática. En un páramo tan helado como éste, la venganza se sirve caliente, sin maquinaciones, frente a frente y con las propias manos. El viaje de Glass es más sufrido que la cresta, siempre a punto de morir pero con unas dotes de sobrevivencia que ya se las quisiera Rambo, casi a punto de romper el cordón de lo verosímil, pero bueno, es una película.

También cautiva de manera especial por su composición visual, que hace la mitad de la película. Emmanuel “Chivo” Lubezki vuelve a copilotear con González Iñárritu, sacándole el jugo con su espectacular fotografía a los paisajes devoradores (la escena que abre me gustó caleta), a los rostros diversos, a la interpretación física de Dicaprio y a las densas visiones y sueños de Glass mientras navega por el limbo.

Más allá de esto, que ya la hacen una buena película, lo que encontré interesante fue el retrato de época. Por ahí la he visto etiquetada como un western, y si nos atenemos a una definición mínima del género como cualquier historia ambientada en el Medio o el Lejano Oeste estadounidense del siglo XIX, entonces, ya, podríamos decir que es un western. Le lleva aventura, le lleva indios, rifles y pistolas, y no le lleva vaqueros pero sí hombres blancos enfrentados al desierto, esta vez blanco, gélido y montañoso. Sin embargo, sería un western bien especial, de un naturalismo histórico muy fino. La línea que divide a buenos y malos se difumina en la bruma de la sobrevivencia, mostrándonos que sólo son indios y blancos (en definitiva: personas) que se juegan la vida en un campo helado, inhóspito más que por su fisionomía, por los vectores políticos que los han colocado en confrontación mutua atendiendo a razones que subordinan el ser al poder. Incluso Fitzgerald, el malo de la película por excelencia, no es más (ni tampoco menos) que un raído y mísero cazafortunas que cambia su vida por la vaga promesa imperial del botín individual.

Otro tema que me gustó fue la figura del mestizo. Éste descoloca el esquema colonial, es una aberración que escapa al pensamiento binario. Pero decir que escapa es impreciso. Es al revés: es el pensamiento colonial el que busca escapar de la realidad ineludible del mestizo. Hawk, el hijo mestizo de Glass, en todo momento es mirado con sospecha, sentimiento que también se traspasa a su padre, que por su intensa relación con el mundo indígena se convierte en un enemigo potencial que puede traicionarlos en cualquier instante, desatando las fuerzas bárbaras sobre sus congéneres blancos. Pero ambos están ahí, moreno y morenizado en el mismo equipo de los blancos, mano a mano contra el monte. Intentan negarlos pero estan ahí en frente. Intentan eliminarlos pero siempre surgirán más, porque al superponer los mapas sobre el territorio humano, éste siempre será fronterizo. Los humanos siempre nos corremos y nos colamos por las fisuras, y toda racionalización va corriendo atrasada y jadeando detrás de los hechos.

De esta manera, si desnudamos sólo la ambientación humana de la película, ya hay allí una interpretación sobre la época de expansión de la llamada “frontera” estadounidense, que por cierto es bien similar a la que se dio en todo el continente. El estado-nación consolida su propia ficción por medio de la fuerza, la cual, lejos de ser una mano oscura alojada en altos despachos, opera sobre y por medio de los cuerpos. Los sujetos actúan y son actuados por la historia, o más bien por las historias entrecruzadas en trayectorias infinitas que corren como culebras por el suelo de lo cotidiano.

No deja de ser interesante que un latino haya tenido que ir a contarles a los estadounidenses su propia historia nacional en formato de película taquillera. Yo creo que el rupturismo de su visión recae tanto en la agudeza de la obra como en los silencios selectivos de la industria cultural hegemónica. Por esto mismo, me queda la duda de si será éste el tipo de lectura que hará la audiencia, incluso acá en Chile, que comparte tantos rasgos en su conformación histórica. En otra onda similar, recuerdo que actualmente está en preparación una película sobre Lautaro. Ojalá salga algo güeno de eso.

1 comentario:

fabiancocq dijo...

yo esperaba mas, la encontré un poco plana, aunque claro quizás fue porque me hice muchas expectativas lo que me parece que casi siempre es una tontera.

Últimamente siento que no me gusta ninguna película, la última que me gustó fue "Frank" (2014) y "Whiplash" (creo que así se escribe). También vi el "la era de ultrón" la que es simplemente una maravillosa porquería que espero no toparme en ningún bus, prefiero los "Classic Proyect".