Ojos grandes es la última película de Tim Burton donde relata la vida de la pintora estadounidense Margaret Keane, creadora de cuadros de niños con ojos grandes y mirada sombría, icónicos en Yanquilandia (me imagino que es como que aquí fuera el cuadro del niño que llora o las toallas de Felipe Camiroaga). Tras abandonar a su marido “cuando aún no estaba de moda”, Margaret hace lo que puede para mantenerse a sí misma y a su hija pintando retratos en la calle. Pronto conoce, se enamora y se casa con Walter Keane, un vendedor nato con cuyo carisma comienza a vender los cuadros de su esposa, con una salvedad bien fea y dolorosa para la pintora: Walter hace pasar los característicos cuadros de “ojos grandes” como suyos.
El filme exuda arte pop por todos lados, pudiendo ser vista como un ensayo crítico acerca de la cultura popular tanto por su contenido más explícito como por el estilo en que está armada. El ensayo comienza de manera bien directa con un epígrafe de Andy Warhol: “Creo que lo que hizo Keane es espectacular. Tiene que ser bueno. Si fuera malo, no le gustaría a tanta gente.” Quién mejor que el adalid del pop art para pinchar con la inacabada pregunta sobre qué es arte, que por fuerza se deslinda con la definición de aquello que no lo es. Además, el hecho mismo de replicar una cita de una celebridad larga un aire a reproducción en masa y filosofía de feria artesanal.
Luego está la paleta de colores típica de Tim Burton en su faceta irónica-colorinche, y que siendo un drama más realista, sabe llevar con mesura. En esta ocasión le baja (un poco) a los colores más cursis pero lo equilibra subiéndole a la saturación. Antes me costaba tragarme este estilo, pero ahora, y teniendo en cuenta de lo que trata esta peli, me cuadra mejor.
Es interesante incluso el hecho de que Tim Burton encabece esta producción. No hay duda de la popularidad de la obra de este director, que con su estilo personal ha dejado huellas reconocibles en el imaginario pop hasta del espectador más ocasional (las más notables: El joven manos de tijera y el Jack Skellington que muchos emos y pokemones portaron en parches y chapas). Sin embargo, y sin desmerecer su talento, en su éxito también hay algo de buen marketing, y esto lo sabe el caballero. Sí po’, de más que lo sabe, ¿cierto? En Ojos grandes, este conflicto se magnifica, porque pone lupa sobre el engaño y el blufeo que están a la vuelta de la esquina. Y no me refiero sólo al inescrupuloso Walter Keane, sino también a la incestuosa escena del arte moderno allí mostrada. el círculo cerrado donde los artistas se refieren sólo entre ellos y los críticos alaban las obras que exponen sus amigos dueños de galerías. El arte que puede llevar tal título depende de las redes y de la colocación del producto. Una cosita poca de declaración personal se podía ver en Ed Wood (1994), pero ahora ya más maduro, Tim Burton desliza aquí una reflexión más directa en torno al criterio de demarcación artística y la mercantilización del arte, aspecto vilipendiado que alcanza a teñir su propia obra.
[Spoilers a continuación]
Las balas cruzadas entre críticos, artistas, medios de comunicación y público tienen un daño colateral bien cruel. Además de todas las canalladas de Walter, en la escena del cóctel cerca de la inauguración de la Feria Mundial de Nueva York, el crítico de arte John Canaday hace bolsa la obra de Keane, justo enfrente de Margaret, su verdadera y desconocida autora. Sus ojos son más grandes y húmedos que nunca, porque su esposo la ha mantenido convencida del valor artístico de sus cuadros, y la primera vez que recibe una crítica de un experto en persona (aunque no a ella directamente), es para tirar su trabajo sentido y personal al tacho de la basura. Mal.
La película en sí, creo que alcanza a pararse aunque con algunos problemas. El dúo principal, conformado por Amy Adams como Margaret y Christoph Waltz como Walter, desequilibra un poco la historia hacia este último, quien aplica su típica caracterización de villano carismático que lamentablemente comienza a chacrear (parece que donde mejor funcionó fue en su debut hollywoodense con Bastardos sin gloria). Al desplazar las luces hacia él, se cae en lo mismo que los medios y el público de la película: oculta a Margaret, la verdadera protagonista de la historia. El reparto secundario apaña donde le permite un guión un poco mezquino con ellos, destacando la señorita Krysten Ritter (la polola del cabro Jesse en Breaking Bad) como la mejor amiga de Margaret y don Terence Stamp como el duro crítico de arte. Donde salva harto es en la visual bien cuidada (era que no). El relato es un auténtico via crucis y sabe jugar con las escaladas de violencia. Llegando al final nomás con el asunto del juicio sentí cojear el ritmo, y el final-final con saborcito a trámite o manda cumplida, pero igual un desenlace merecido después de tantos malos ratos. Final feliz pa’l regalón de la casa.
1 comentario:
Esta creo que la veré. La veré y la disfrutaré aunque no entienda nada :P, seguiré tu reseña con ojos cerrados.
Por cierto, me perturban esos cuadros, igual no entiendo esa obsesión por los ojos, personalmente preferiría orejas grandes y mas aún cejas grandes.
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