domingo, 17 de noviembre de 2013

¿El gato nace o se hace?

¿El gato nace o se hace? Una interpretación sesgada de evidencia pseudoembriológica fragmentaria me lleva a pensar que se hace. Al nacer es una rata: calva y colorada, cola pelada y puntuda. A las pocas horas adquiere cierto aspecto de un perro cachorro: orejas mochas, morro chato, rabo corto. Por las primeras semanas permanecerá con este aspecto entre rata y perro, mientras que los rasgos propiamente felinos se definirán paulatinamente hasta llegar a ser lo que conocemos como un gato.

La liminalidad del gato es conocida en diversas tradiciones culturales que lo consideran un animal agorero (bueno o malo). Fue satanizado en la Europa medieval debido justamente a su carácter de médium en las tradiciones mal llamadas “paganas”, posiblemente porque usurpaba el sitial de santos, apóstoles y aun del propio Jesucristo en el ámbito de la comunicación interdimensional.

En términos evolutivos, el gato es quizá el único animal doméstico que mantiene un fuerte sentido de “salvajismo”. ¿Cómo explicar, si no, sus desapariciones por dos, tres o más días? El devenir gato, manteniendo a raya lo ratonesco y lo perruno, consume un gran esfuerzo volitivo. Huraño como una rata, amoroso como un perro, pero ni lo uno ni lo otro, simplemente gato. Si se queda mucho en casa, corre el riesgo de transformarse en un perro empalagosamente leal y sin libertad de movimiento, por eso debe alejarse para dedicarse a la caza, conquistar nuevos territorios con sus meados, pasear en solitario, buscar amistades fuera de la familia doméstica, etcétera. Pero tampoco puede alejarse definitivamente o comenzará a asemejarse a una rata escurridiza, dependiente del hogar (en el caso de la rata, de la basura que éste genera) pero marginado de él. Por eso debe regresar, reafirmar el vínculo con sus “dueños”, dejarse querer como un bien portado gato de casa.

Lo rata-perro es una amenaza permanente para el gateante, que logra sortear esta dificultad con elegancia. Prueba de ello es el magnífico equilibrio de este animal, perfeccionado a punta de caminar por la cuerda floja, con lo ratonesco a un lado y lo perruno al otro. Así, un gato no es esencialmente gato, sino que deviene gato: gatea. No se nace gato, se llega a serlo.

1 comentario:

chamico dijo...

Estoy fascinado con este desvarío, tanto tiempo pensando en la determinación gatuna y resulta que es algo que se llega a ser...