jueves, 28 de noviembre de 2013

El viaje de Alicia


Vasili Kandinsky, Composición VIII

Muchos pensarán que viajar a través de un agujero en el tejido espacio-tiempo es una experiencia estética de por sí maravillosa. La clásica escena de Alicia cayendo por la madriguera del conejo: la sensación de caída vertical, la omnipotencia de la gravedad, el vértigo.Ver pasar mil y un objetos en las paredes de un túnel, tazas, relojes, cucharas, platos, tableros de damas, de ajedrez, espejos, peines, juguetes…

La verdad, y lo digo con conocimiento de causa, es que no tiene nada de interesante. Efectivamente, es como pasar a través de un túnel, pero eso es porque no se ve nada. Se ve todo negro. Bueno, sí, hay una diferencia: el color no es precisamente negro. ¿Era gris? ¿Beige? ¿Color de zinc roñoso? No lo sé. Yo diría que en este túnel no hay colores, sino algo homogéneo que podría llamar no-color. Ni siquiera había esta “nada”, lo cual es sumamente aburrido. El viaje en el espacio-tiempo a través de esta modalidad es aun más tedioso si tenemos en cuenta que una no puede quedarse dormida. Desconozco el detalle del proceso cognitivo que impide el sueño que una anhela en dicha situación, pero por decirlo de algún modo y a riesgo de sonar torpe, es como un pantano mental, una trampa de arena movediza. El aburrimiento máximo.

No sé cuánto tiempo estuve en el agujero, pero sentía una necesidad imperiosa de llenar ese vacío. Y recurrí a Alicia. Ni siquiera al libro (que no he leído), sino a la película animada (de la que he visto solo trozos). Me pasé todo el rato imaginando objetos. En mi mente daba forma a los más variados pertrechos cotidianos: tazas, relojes, cucharas, platos, tableros de damas, de ajedrez, espejos, peines, juguetes…

Reconozco que no fui muy original, y es que no me caracterizo precisamente por mi capacidad imaginativa. Quienes me conocieron entonces y quienes me conocen ahora pueden confirmarlo. Pero hice lo que pude para aguantar tal sopor hasta el final del túnel.

Hoy me encuentro en algún lugar de lo que en mi época reconocerían como la selva valdiviana. Por un tiempo perdí la noción del tiempo y al comienzo me costó acostumbrarme a mi vida de hortelana y recolectora. Además nadie hace caso a mis ideas que traigo del futuro, ya que como recién llegada que soy mi estatus dentro del grupo equivale al de un niño prepúber, aunque de a poco me voy acomodando.

Odio recordar mi antigua vida civilizada, me pone nostálgica y lloro con amargura y desconsuelo. El único recuerdo que puedo soportar es aquel monótono viaje por el túnel del espacio-tiempo. Cuando la pena no me deja dormir, en mi cama me doy vuelta hacia la pared y me pongo a recordar las tazas, los relojes, las cucharas, los platos, los tableros de damas, de ajedrez, los espejos, los peines, los juguetes…

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿El gato nace o se hace?

¿El gato nace o se hace? Una interpretación sesgada de evidencia pseudoembriológica fragmentaria me lleva a pensar que se hace. Al nacer es una rata: calva y colorada, cola pelada y puntuda. A las pocas horas adquiere cierto aspecto de un perro cachorro: orejas mochas, morro chato, rabo corto. Por las primeras semanas permanecerá con este aspecto entre rata y perro, mientras que los rasgos propiamente felinos se definirán paulatinamente hasta llegar a ser lo que conocemos como un gato.

La liminalidad del gato es conocida en diversas tradiciones culturales que lo consideran un animal agorero (bueno o malo). Fue satanizado en la Europa medieval debido justamente a su carácter de médium en las tradiciones mal llamadas “paganas”, posiblemente porque usurpaba el sitial de santos, apóstoles y aun del propio Jesucristo en el ámbito de la comunicación interdimensional.

En términos evolutivos, el gato es quizá el único animal doméstico que mantiene un fuerte sentido de “salvajismo”. ¿Cómo explicar, si no, sus desapariciones por dos, tres o más días? El devenir gato, manteniendo a raya lo ratonesco y lo perruno, consume un gran esfuerzo volitivo. Huraño como una rata, amoroso como un perro, pero ni lo uno ni lo otro, simplemente gato. Si se queda mucho en casa, corre el riesgo de transformarse en un perro empalagosamente leal y sin libertad de movimiento, por eso debe alejarse para dedicarse a la caza, conquistar nuevos territorios con sus meados, pasear en solitario, buscar amistades fuera de la familia doméstica, etcétera. Pero tampoco puede alejarse definitivamente o comenzará a asemejarse a una rata escurridiza, dependiente del hogar (en el caso de la rata, de la basura que éste genera) pero marginado de él. Por eso debe regresar, reafirmar el vínculo con sus “dueños”, dejarse querer como un bien portado gato de casa.

Lo rata-perro es una amenaza permanente para el gateante, que logra sortear esta dificultad con elegancia. Prueba de ello es el magnífico equilibrio de este animal, perfeccionado a punta de caminar por la cuerda floja, con lo ratonesco a un lado y lo perruno al otro. Así, un gato no es esencialmente gato, sino que deviene gato: gatea. No se nace gato, se llega a serlo.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Madrugada tardía / Iñangechi punh

En mi cabeza vagan moscas verdeazules
Olfatean, zumban
Buscan la carroña
El oro fétido de mis dientes 
Los restos de piel que cubren mis costillas

De frente a mi, un lagarto
Señalándome con su dedo acusador
Hunde su uña en mi ojo y me silba en la oreja 
Despierta, agüeonao
La luna ya se fue
Se aburrió de tu sonambuleo

Y como a una carta rutinaria
Rompe mi sueño de color sepia 
Abro los ojos
Miro la sábana, clara como un espejo 
Veo mi rostro
Arañado, seco de barro y desierto

¿Será posible?
¿Cuanto tiempo ha pasado?
Mis manos blancas y pedregosas
Son el testimonio de mi viaje callado
Y en el cielo, las moscas
La nube tornasol
Mi corona de pasado.
Wente ñi longko müpüyawley püllomeñ engün
Nufnuftuley, trümümküley
Kintulefi chi funan ilo
Nhümü milla mülelu iñche ñi foro mew
Puchulewechi trawa takufilu iñche ñi kadi

Tañi itrotripa mew müley kiñe kirke
Fey dichoenew tañi dalluntukukechi changüll mo
Tukuwiliñmafi iñche ñi nge ka pillümtuenew:
“Trepenge, pirulongko
Amutuy chi küyenh
Fey afeli eymi ta mi külpemün"

Kiñe adtuyengechi chillka reke
Fey teyfuy iñche ñi kollü pewma
Lelikünufin ta ñi nge
Kintuwülfin iñche ñi ültu, ayliñngelu komütuwe reke
Adkintuwülün ta ñi ange
Rifkankülelu, angkülelu pelhe ka kuyüm mew

¿Pepingeafuy ama?
¿Müfü antü rupay?
Tañi lig kurawkechi kuwü
Dunguyey engu tañi ükümkechi nhampülkan
Wenu mew ta püllomeñürke
Feychi koñoll tromü
Iñche ñi trarilongko kuyfi antü.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

odemos vivir sin pasión y sin dueños, he aquí la gran libertad que esta sociedad nos ofrece. Podemos hablar sin frenos, en particular de aquello que no conocemos. Podemos expresar todas las opiniones del mundo, aún las más arriesgadas, y desaparecer detrás de sus sonidos. Podemos votar al candidato que preferimos, reclamando a cambio el derecho de lamentarnos. Podemos cambiar de canal en cualquier instante, toda vez que nos parezca que nos estamos volviendo dogmáticos. Podemos divertirnos en horas fijas y atravesar a velocidades siempre mayores ambientes tristemente idénticos. Podemos aparecer como jóvenes testarudos, antes de recibir helados golpes de sentido común. Podemos casarnos todas las veces que queramos, así de sagrado es el matrimonio. Podemos ocuparnos de infinidad de cosas útiles y, si no sabemos escribir, podemos convertirnos en periodistas. Podemos hacer política de mil modos, aun hablando de guerrillas exóticas. Tanto en la carrera como en los afectos, podemos ser excelsos en la obediencia, si es que no llegamos a mandar. También a fuerza de obediencia nos podemos convertir en mártires, y esta sociedad, en desmedro de las apariencias, todavía tiene tanta necesidad de héroes.

Contra todo esto hay que  acudir a las armas cortas, para sostener finalmente un duelo a muerte con la vida.

Ai ferri corti, 1998